Francis Ford Coppola dirige produce y estrena en el
Festival de Cannes de 1979 esta película, dándonos su versión definitiva en
Mayo de 2001, en su reestreno en el mismo festival. En ella encontramos el
viaje del capitán Willard (Sheen) por los horrores de la Guerra de Vietnam. Es
un viaje como el de Ulises, con paradas en
estaciones que nos muestran no sólo los horrores de la guerra y los
estragos que provoca en los hombres que se encuentran inmersos en ella, sino
que también nos muestra la lucha interior que se produce en cada uno de los
afectados, donde se aúnan la racionalidad y las pulsiones más instintivas del
ser humano, que se dan al mismo tiempo. Igual que Ulises, “secuestrado” por
Calipso, llora por la añoranza de su vida con el resto de sus congéneres, el
capitán Willard se emborracha (otra forma de llorar) al comprender, dando un
paso más que Ulises, que su lugar ya no está en su casa en los EE.UU., sino en la
selva vietnamita, que se ha convertido en su circunstancia, en su hogar, es
decir, al comprender su destierro, que no hace referencia sólo a la tierra
geográfica sino a su propio yo.
El viaje que
emprende río arriba el capitán Willard, en busca del coronel Kurtz (Brando), es
su búsqueda de Ítaca, de su lugar, de la compresión de su propia existencia
como una misión a cumplir. Y la historia de ese viaje es la historia de su
propia odisea.
Como digo, la
ascensión al río que le llevará al campamento del coronel renegado tiene
paradas obligadas donde nos irá mostrando diferentes estados arquetípicos de la
naturaleza humana ante el horror. Además, la navegación sobre el río también
requiere una tripulación que lo acompañe y lo lleve al destino fijado. Esta
tripulación actúa como microcosmos de la sociedad americana, fácilmente
extrapolable al resto de occidente: guerreros que no lo querían ser, que se
alistaron en el ejercito como salida a su precaria situación socioeconómica.
Ellos serán los que acerquen al capitán Willard al cumplimiento de su misión:
matar a Kurtz. La misión está fuera de lo común, ya que no se trata de un
objetivo militar enemigo sino de “matar a uno de los nuestros” que, además,
tiene una hoja de servicios impecable antes de “perder el juicio” y de llevar a
cabo métodos absurdos para la consecución de sus fines. Su misión consiste en
matar a aquel que es acusado de matar indiscriminadamente y sin razón aparente
(les suena bin Laden o Gadafi). Por ello, el narrador de la historia (el propio
capitán Willard) cuestiona el sentido de su misión al considerar que acusar de
asesinato a alguien en una guerra es tan absurdo como multar a un piloto en una
carrera automovilística.
La primera
parada reseñable es la que realizan en el encuentro con el coronel Kilgore
(Duvall). Las motivaciones que este alto mando encuentra para considerar sus
objetivos nada tienen que ver con la consecución de criterios militares, que
quedan en segundo plano, sino con la posibilidad de hacer surf, poniendo en
peligro la vida de sus hombres para que practiquen este deporte mientras aún no
han terminado de tomar una playa (es importante tener en cuenta este tipo de
motivaciones para entender los ideales de Kurtz). También es de destacar, como
primera aproximación a Nietzsche, que los helicópteros del séptimo de
caballería reproduzcan la Cabalgata de las valkirias de Wagner como preludio y
aviso de su ataque, indiscriminado, contra una aldea poblada, en su mayoría,
por mujeres y niños, en una de las pocas escenas en las que el enemigo se hace
visible.
Otra de las
paradas, que pone de manifiesto las motivaciones de los guerreros
estadounidenses, es la que hacen en la base donde acude a repostar un
helicóptero con chicas Playboy. Los soldados buscan entretenimiento banal
mientras que los componentes del ejercito de guerrilla vietnamita, según
palabras del capitán Willard, no se divierten o, al menos, no lo hacen al modo
occidental, sino que su diversión consiste en comer arroz y estar agazapados en
la selva. Los vietnamitas luchan por expulsar al invasor y en ello concentran
todas sus fuerzas, mientras que los
americanos no saben muy bien por lo que luchan o luchan sin valores definidos.
A medida que
ascienden por el río van encontrando campamentos, en paradas sucesivas, en los
que ya no queda nadie al mando, donde la anarquía se ha apoderado de sus
miembros, donde la moralidad occidental ya no tiene cabida. Nadie respeta el grado
de capitán de Willard, solicitándole combustible a cambio de sexo. Como vemos,
la ascensión al río es una ascensión a las tinieblas, cuanto más avanzan, más
desestructurado está el mundo, más espesa es la selva, símbolo de la negrura,
de lo natural indomable, de lo velado. En esa negrura se esconde el Vietcom,
que ínfimamente preparado, con armas primitivas, van eliminando a los miembros
de la tripulación, arrojando balas, lanzas o flechas, en clara alusión a un
primitivismo contra el que la técnica superior americana nada puede hacer.
Luchan contra fantasmas que no ven: cada vez menos logos, cada vez más phisys.
En mitad de
todo esto encuentran algo de civilización. Es la plantación francesa cuyo patriarca, de mentalidad
decimonónica (muy al estilo romántico) expone sus razones de lucha, su ideal
colonial y la necesidad de aferrarse a las ideas como principios para la vida.
Ellos tienen una razón para continuar allí. Sin embargo, los americanos, según
le dice el patriarca francés al capitán Willard, es luchar por la más absoluta
nada, caminar sin saber ni el rumbo ni el destino. Para ahondar un poco más,
también es de importancia la escena entre el capitán Willard y la joven viuda.
Ella le habla del dualismo de la persona, una que mata y otra que ama. Es la
lucha entre el amor como vida y la muerte y destrucción como negación de
aquella. Y es por ellos por lo que lo único que importa, en palabras de la
viuda, es estar vivo. Es la lucha entre el mal y el bien que se da dentro de
los seres humanos, no de unos contra otros sino de uno consigo mismo.
El viaje toca
a su fin. Llegada al campamento de Kurtz. Hasta ahora se nos ha presentado al
coronel renegado de forma enigmática, sin saber exactamente en qué consiste su
locura. En una de las paradas que se producen durante el viaje, Willard y el
cocinero salen de la lancha en busca de mangos y están a punto de morir tras el
ataque de un tigre. Una frase se repite constantemente: “no hay que salir de la
lancha”, esto es, del camino marcado y prefijado. Kurtz es el que ha salido de
la lancha y ha creado su propio camino. Cuando llegan a su campamento
encuentran multitud de cadáveres por el suelo entre el resto de la población
tribal que sigue al coronel Kurtz como a un dios. Y es que, en lo que se ha
convertido Kurtz no es sólo en un dios, sino en el superhombre que intuyó
Nietzsche. Es el hombre que ha superado todos los valores occidentales
establecidos y, con mano firme planea y ejecuta sus propios planes. Reivindica
un ejercito de guerreros que luchen como ha visto luchar a los vietnamitas,
movidos por la consecución de sus fines sin importarles los medios, por
sanguinarios que estos sean. No hay sentimiento de culpa por las acciones
atroces ya que éstas son necesarias para alcanzar una mejora en el hombre. Para
el coronel Kurtz, la libertad consiste en ser libre de la opinión de los demás
y también de la de uno mismo. Este es el superhombre de Nietzsche que Heidegger
nos muestra: El superhombre es la negación incondicionada, recogida
expresamente en una voluntad, de la esencia que ha tenido el hombre hasta ese
momento. El que ha visto el horror, llega a esta conclusión. Durante el
viaje hemos ido encontrando guerreros sin valores para la lucha, que se
distraen con divertimentos absurdos, comidos por sus miedos y sus culpas, por
el horror de lo vivido. Lo que Kurtz quiere es que los soldados sean guerreros
que superen al hombre que ha habido hasta ese momento, más fuertes y mejores.
Por eso apresa y tortura a Willard, para convertirlo en mejor. Sin embargo,
Willard, en cumplimiento con su misión, mata a Kurtz a machetazos al mismo
tiempo que la tribu sacrifica a una vaca a machetazos también, pasando a ser un
nuevo ídolo en un memorable el plano donde se puede ver la cara de Willard y la
figura totémica. Sin embargo, es de tener en cuenta que la solución que el
director propone es la de la muerte del descarriado, la del éxito de la misión
encomendada. Pero, ¿ hay un verdadero vencedor?
Coppola
consigue mostrar cómo en la naturaleza humana se dan luchas entre instinto y
razón (naturaleza y técnica), voluntad de poder y cumplimiento del deber, amar
y matar, y que éstas se dan al mismo tiempo y en la misma persona.
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